Varias cosas quedaron evidenciadas en las pasadas elecciones. Quizás la más importante es el desencanto de la gente por la forma en que los políticos tradicionales ejercen su labor. Anular su voto, abstenerse de hacerlo o no concurrir a las urnas, lo refleja. Que las cúpulas partidarias lo analicen será importante, mucho más en las extremas políticas. Son actores fundamentales como responsables de la nefasta polarización, por tanto, de la baja calidad democrática contemporánea, donde empresarios, abogados, filósofos, locutores, bachilleres y profesores han sido simples inquilinos de Casa Presidencial.
En segundo lugar, aquel hartazgo ciudadano por la forma de hacer política, produce un vacío de poder que alguien deberá llenar en las presidenciales del 2019. De ahí la importancia que las cúpulas partidarias actúen correctamente (no digo habilidosamente, que es lo que acostumbran) frente a la conducta del electorado que le ha dado otra oportunidad a los partidos para que se recompongan; retomen la decencia; actúen bajo parámetros éticos y alineados con los bien entendidos intereses de país; desechen el reparto partidario en las instituciones y el nepotismo; rindan cuentas cabales; desistan de seguir lucrándose con privilegios; no consientan líderes corruptos dentro de sus filas y, fundamentalmente, trabajen para rescatar el país, que si bien acoge unos dos mil millonarios, luce estancado económicamente, desprestigiado internacionalmente, polarizado políticamente. Un país donde, paradójicamente, la mayoría de su gente es honrada y trabajadora, pero que no tiene paz porque vive dentro de un sándwich social: bandas criminales en el bajo mundo, reflejo de la gente impresentable de arriba.
En tercer lugar, los partidos políticos deben tener claridad respecto a la orientación ideológica de los salvadoreños. La última medición de la encuestadora “Marketing y Tendencias”, de noviembre del año pasado, mostraba que un 63 % se ubica al centro del espectro político; 20 % a la izquierda, 17 % a la derecha. 87 % de todos ellos querían un cambio de rumbo. Por ahí anda alguna explicación sobre el gran ganador de las elecciones: el PCN.
Para el observador serio del fenómeno sociopolítico, los escenarios electorales podrían ser. 1º) Una alianza en las derechas. Posibilitaría a ARENA recuperar la hegemonía del Órgano Ejecutivo y, por supuesto, incluiría el reparto de cuotas de poder. 2º) Una izquierda que aterrice. Que deseche su ceguera, arrogancia, soberbia, corrupción y prepotencia. Aunque todo esto, en poco ayudaría a estas alturas del partido, dada la torpe actuación de la inamovible Troika, como ejecutores o como encubridores de la corrupción. 3º) Una izquierda aliada con algún populista. Esto terminaría de hundirlos. Sería como dar un paso en la dirección equivocada buscando salvar su partido, pues el Órgano Ejecutivo lo perdió el pasado 4M. 4º) Una izquierda que se radicalice y vuelva a la lucha callejera. O sea, el suicidio político y electoral. 5º) La consolidación de un líder mesiánico. Gravísimo problema, pues el ADN de quien ahora pretende serlo, deja como “niño de pecho” al malhadado bachiller asilado. Un “mesías” así, con espantosa habilidad para delinquir en la vida real y en el mundo virtual, tendría la oportunidad de acelerar la quiebra moral, financiera, política y social del país, obligando a muchos dar el paso que nadie quisiera dar: pensar seriamente en una legítima insurrección.
Mis reflexiones finales. A las cúpulas partidarias: no subestimen a los electores. A los partidos políticos: aprovechen la oportunidad que, otra vez, el pueblo les ha dado. Por una puta vez en su vida, trabajen en función de alcanzar una real gobernabilidad democrática para El Salvador. Sería un buen paso en dirección a rescatar la credibilidad y confianza que los electores han perdido en ustedes. A las militancias partidarias de todos los colores políticos: presionen a sus presidenciables para alcanzar el poder político sin chanchullos, corrupción, animaladas, trucos, ni picardías. Oblíguenlos a hacer propuestas serias, ajustadas a nuestra realidad, no a la de Suiza o a la que nos quiere imponer la usura internacional.