Rafael Villacorta fue deportado de los Estados Unidos en 2008 hacia un país desconocido para él. Su exesposa, sus cuatro hijas y su madre viven al sur de California.
Llegó a los Estados Unidos cuando tenía cuatro años de edad y El Salvador enfrentaba una guerra interna. No sabía nada de su país de origen, mas que lo que sus padres le contaban al respecto, pero no se interesó. Pensó que nunca sería deportado porque había vivido 32 años en lo que él llama “su país”.
Un ataque de avaricia hizo que su vida cambiara. Está arrepentido y quiere volver a casa, quiere volver con su familia.
“Mi padre falleció y no pude ir a velarlo, no pude ir a decirle mis últimas palabras, no pude. Si mi mamá se muere mañana yo no le puedo decir adiós, es algo muy fuerte para mí”, dice quebrantado.
Aquí ya enfrentó discriminación, por tener tatuajes, por ser “un deportado”, “un criminal”, dice. Ha sido una víctima más de la violencia e inseguridad del país.
Tiene un niño de cuatro años que nació aquí y se convirtió en su motivo para salir adelante. Hace un año, su hijo, “el pequeño Jacob”, casi se queda huérfano. A Rafa le dispararon por la espalda cuando regresaba de dejar a su hijo del kinder. Una bala le llegó cerca del pulmón y otra cerca del hígado. El doctor le dijo que fue un milagro que no muriera.
“Nunca me adaptaré aquí porque mi familia, mi vida está allá”, dice.
