El calendario está dando vuelta a un nuevo año, cargado de buenos propósitos pero también de una realidad compleja y difícil en todos los aspectos de la vida nacional.
¿Se pueden tener buenos propósitos como nación en un país donde vivimos confrontados políticamente y el diálogo parece un enfrentamiento de sordos a gritos? ¿Se pueden tener buenos propósitos cuando en nuestras colonias y calles, las pandillas mandan más que los policías y matan a quien les da la gana? ¿Se pueden tener buenos propósitos cuando ningún político quiere asumir su cuota de responsabilidad en la problemática que sufrimos? Es difícil. Nos hemos vuelto escépticos porque cada año escuchamos esos buenos propósitos para luego disiparse en el afán personalista de los protagonistas de la vida nacional.
El discurso de la clase política ha decepcionado a la ciudadanía no por su contenido, sino por su falta de coherencia y su carencia de resultados en la vida real. Si hay un buen propósito que la clase política debería tener es eso, ser coherentes, pero les cuesta demasiado porque solo piensan en sus cálculos electorales.
Empezamos un 2017 con una coyuntura bastante pesimista, con previsiones económicas, sociales y políticas muy difíciles y si no hay un verdadero cambio de actitud en nuestra clase dirigente, será otro año desperdiciado.