Un buen amigo me decía ayer que cuando una persona que conocemos fallece, una parte de nosotros se va con ellos; su recuerdo, las vivencias que pasamos juntos, uno recuerda las conversaciones, las travesuras y hasta las discusiones. Por eso duele mucho cuando es alguien cercano el que se va.
Pero todos los seres humanos que fallecen, especialmente aquellos que la violencia les arranca la vida, tienen por igual esas personas cercanas que sienten que se muere una parte de ellas con la partida de su ser querido, familiar, amigo, compañero de trabajo, vecino, etc.
Nos conmueve el asesinato de alguien cercano. En nuestro caso, en el gremio periodístico hemos sido profundamente golpeados por el asesinato de la colega de La Prensa Gráfica Karla Turcios. Pero tenemos claro que ninguna muerte es menos conmovedora que otra, mucho menos un asesinato. Se le ha arrancado la vida a una mujer profesional, a una madre, una amiga, una hija, una compañera querida por sus colegas.
Por eso insistimos desde los medios que no podemos estar indiferentes ante la violencia hacia cualquier persona. Los asesinatos dejan un profundo dolor y resentimiento, especialmente en aquellos casos donde no se castiga a los hechores. Es una cadena de rabia que aqueja duramente a nuestra sociedad y que no sé cuántas generaciones tomará sanar.
Ser indiferentes no va a solucionar la ola de violencia que sufrimos. Al contrario, la prolonga, la extiende, si no miremos cómo aún se reclama por las víctimas de la guerra civil de los 80. Como sociedad tenemos que exigir, tenemos que denunciar y tenemos que reclamar por nuestros muertos. Por todos, no solo por los propios. La violencia nos afecta a todos, por muy lejanos que parezcan las víctimas diariamente.