A las puertas de una nueva elección presidencial es bueno reflexionar sobre la calidad de gobierno que necesita un país en plena confusión ideológica, urgido de contar con un gobierno que goce de legitimidad, alejado del neo mercantilismo, neo marxismo, populismo y corrupción, incompatibles con un gobierno republicano, democrático y representativo, cuyo sistema político es pluralista y donde los partidos, aún con crisis de legitimidad, seguirán siendo interlocutores válidos entre la sociedad civil y la sociedad política. La casi inexistente presencia de diputados no partidarios lo confirma.
Hasta ahorita en el escenario electoral se visualizan tres presidenciables, Calleja, Martínez y Bukele. Los tres deberán difundir y sustentar sus propios programas. Los tres deberán estar genuinamente convencidos que el sistema de libertades y el bien común serán los pilares que inspirarán cualquier planteamiento programático. Los tres deberán unir al país en dirección a objetivos comunes. Quien soslaye lo anterior, perderá. Quien sepa plantear cómo hará las cosas, cuánto costarán y cuando las ejecutará, adquirirá la responsabilidad de sacar adelante un país que está en cuidados intensivos. Así de serio es el asunto.
La solución final para salir del perenne subdesarrollo, no pasa por regresar al capitalismo salvaje, ni experimentar con el fracasado socialismo; tampoco encuentra viabilidad en la vía populista. El país no necesita que grupitos de iluminados le digan a la gente lo que tiene que hacer (socialismo). No quiere tampoco a alguien que con engaños, mentiras y vanas promesas (populismo) juegue con la frustración de la gente por la forma en que los políticos tradicionales se burlan de ellos. Mucho menos desea, que el Estado siga siendo utilizado como botín por quienes históricamente practicaron el clientelismo, el patrimonialismo estatal y la descarada e impune corrupción.
La solución final para los males del país es la instauración de un gobierno auténticamente liberal y democrático. El lector letrado sabe perfectamente que por ignorancia, sectarismo o aviesas intenciones, el liberalismo, como doctrina y filosofía política, ha sido históricamente estigmatizado por los enemigos de la libertad, la tolerancia y la democracia. Erróneamente, lo han satanizado como práctica explotadora y deshumanizante, que beneficia a determinadas élites en perjuicio de los más débiles. Eso no ha sido, ni será nunca, liberalismo.
Contrario al capitalismo salvaje, el liberalismo concibe a la libertad como un valor supremo que no se agota en la instancia política o electoral, sino que trasciende hacia el plano social, económico, familiar e individual. Por ignorar esto, es que el estamento militar del siglo pasado si bien impulsó la libertad económica, al mismo tiempo conculcó las libertades políticas, por ende, arreció la represión, el fraude y la imposición. Otros, pretendiendo respetar las libertades políticas, soslayan las libertades económicas, ignorando perversamente que son generadoras de progreso, desarrollo y bienestar.
Tanto capitalistas salvajes, marxistas leninistas como populistas, al pretender tener respuesta para todos los problemas sociales, terminan creando Estados grandes que no resuelven ninguno de ellos. El auténtico liberalismo democrático, en cambio, no solo es tolerante y respetuoso de las libertades e iniciativas individuales, sino un férreo impulsor de un Estado fuerte, donde las instituciones se guíen obedeciendo el majestuoso imperio de la Ley. Los demagogos, simpatizantes de crear Estados grandes, terminan atiborrándolos de activistas partidarios, probadamente ineptos y corruptos. Por cierto, somos el único país del mundo cuya Asamblea Legislativa no puede dar con el paradero de empleados para notificarles su despido. Que no estén en su lugar de trabajo los convierte en fantasmas que alguien contrató perversamente.
Calleja, Martínez y Bukele tienen el reto de revelar el modelo económico y sociopolítico que propondrán, la estrategia que guiará su cumplimiento y los equipos técnicos que los acompañarán; pero sobre todo, comprometerse a trabajar con base a resultados. Para comenzar, deberían bajar de sus barcos a algunos personajes oscuros que se les han colado como tripulantes. Sería una buena señal anticorrupción, indispensable en un gobierno liberal y democrático.