Para mí la vida es sagrada desde su concepción. Tan inaceptable es el aborto como un homicidio o la pena de muerte y como creyente, creo que Dios es el único que tiene el poder de quitarle la vida a alguien.
El tema del aborto será siempre controvertido y en gran medida, porque mucha gente opina sin compasión alguna hacia el bebé muerto o hacia la mujer que se lo practica. Como ha dicho el papa Francisco varias veces, ¿quién soy yo para juzgar?
Por eso me sonó altisonante aquella propuesta de subir la pena a las mujeres que aborten a 50 años de prisión, cuando la pena contra los violadores o abusadores de menores es mucho menor.
Entonces, una mujer que resulta embarazada por una violación y decide abortar, por las razones que sea, pasaría hasta 50 años en la cárcel, mientras que su violador puede pasar un máximo de diez años o de 14 años si la víctima es menor de edad. ¿Entonces? ¿Qué estamos castigando? Todos esos horrores que se oyen del trato a las mujeres en los países donde se aplica la ley islámica del medioevo, se quedaría cortita aquí.
Hay muchas cosas más que discutir. El país, con tantos embarazos adolescentes, necesita una profunda reforma para que haya una educación sexual realista que enseñe a las niñas y niños una realidad que se les niega por diversas razones y que solo hace repetir irremediablemente el ciclo de pobreza. Yo no me atrevo a criticar ni juzgar a una mujer que aborte. Es un asunto de su conciencia y ya sabrá ella cómo rendirá cuentas ante su Dios, pero creo que no se puede satanizar a una potencial víctima de una violación, castigándola de manera peor que a su violador. Estoy contra el aborto, creo que la vida es sagrada en todo sentido, pero en el peor de los casos, no me parece aceptable mandar a 50 años al infierno de la cárcel a una mujer.