Vivimos en una de las etapas más turbulentas de nuestra historia. La violencia toca nuestras puertas a diario, son 12, 15, 20, 30 y hasta 50 asesinatos diarios los ocurridos este año y pareciera que nos hemos acostumbrado a esa macabra rutina de muerte.
Pero lo ocurrido en los últimos días, de verdad abre la interrogante sobre hasta dónde son capaces de llegar esas verdaderas bestias salvajes que asesinan a niños inocentes.
La madrugada del jueves, un grupo de sujetos estrangularon a un niño de seis años. Los sujetos habían llegado a la casa de la madre en San Cayetano Istepeque, San Vicente, a exigirle dinero y como ella se negó, la golpearon. Cuando el niño trató de defenderla, fue atacado por los sujetos y posteriormente asesinado.
Tristemente no es el único caso. Hace un par de días, un niño de tres años fue estrangulado también en San Juan Nonualco y otra niña de 12 años fue brutalmente asesinada en Tacuba. Todo esta semana. Y no olvidemos el caso del bebé de ocho meses que fue asesinado hace varias semanas.
Cada vez que parece que ya tocamos fondo, tristemente vemos un crimen aún peor y entristece profundamente que la gente ya lo toma como “normal”, no hay capacidad alguna de reaccionar, de indignarse, de reclamar por esta violencia horrible que nos arranca a nuestros seres queridos.
¿Qué tiene que suceder en el país para que entendamos que lo que está sucediendo no es correcto, no es normal, no es justo y no es acorde ni a las leyes de Dios ni a las leyes de los hombres?
¿O nos hemos vuelto tan egoístas que solo nos importa cuando nos tocan a uno de los nuestros y creemos que el prójimo está demasiado lejos? ¿Esperaremos que esa violencia toque a nuestra puerta para indignarnos? Simplemente ya no puede ser.